Ya ha sucedido. Las elecciones en Manises (y a lo grande, en España) dan una pequeña mayoría al Partido Popular, aunque gobernarían los socialistas en una mayor cantidad de municipios. En nuestro pueblo, el partido de derecha (PP) sólo perdió un concejal. El PSOE, que parecía que se los iba a comer a todos con papitas fritas, obtuvo sólo un representante más, y eso que iba en coalición con otro partido local. Sus expectativas ruedan rotas por las calles, y probablemente, también desde los ojos de la joven candidata derrotada. Izquierda Unida sólo se quedó a 100 votos para obtener dos concejales, pero mantiene al que ya tenía. Manuel, que iba de número dos, se ha quedado a las puertas. Para el país, mal. Para Manises, mal. Para el PSOE, mal. Para Izquierda Unida, mal y bien. Paradoja que da cuenta de la alegría de, al menos, no haber perdido representatividad en la silla plenaria y aumentar 300 votos. La derecha se ha devorado Valencia y Madrid. Pese a las denuncias e imputaciones contra ediles de grandes ciudades –como Castellón, Orihuela, Torrevieja, Alicante, Manises-, las causas pendientes en los juzgados, la corrupción inmobiliaria a la orden del día, las obras monumentales para usufructo de los ricos, metástasis de cemento y hormigón, enfermedad ecológica, desarrollo insustentable… Pese a todo eso, pese a todo eso: ganan. Les votan y ganan. Y se llenan los bolsillos; pero quienes les votan, no. No se ganan nada, pero ellos creen que sí. Obtienen, quizás, algo simbólico. Cierta tranquilidad. La tranquilidad que venden los que les dicen “vótame, pero quédate luego en casa y no te metas en mis asuntos”. Creen ganar, pero están perdidos. No se puede ya hablar de desconocimiento, de cierta inconciencia del electorado, embobado, inocente, que se deja comprar por la derecha por sólo un bocadillo. Ya lo decía Zizek, también discutiéndole a los de la Escuela de Frankfurt: ellos –los electores- lo saben muy bien. Saben que les votan a ladrones. Saben que les votan a corruptos. Les tienen hasta cierta simpatía. Es la transformación en espectáculo de la política: la condescendencia que a veces se le tienen a los villanos de una novela, o de una película del cine. Se trata de una transferencia errónea y peligrosísima, porque creen votar a sujetos de ficción aun cuando ese voto es cierto, conciente, efectivo, vinculante. Esa papeleta luego les afectará realmente. De verdad, no de mentira.
Manuel está sereno, pero le noto cierta sombra de tristeza. Probablemente, sea mucho más el cansancio de estar ayer todo el día como interventor en las mesas junto a sus padres y hermanos, casi todos activos militantes de Izquierda Unida. Yo me quedé en casa de los suegros, acompañando a Dionisio, abuelo de Manuel, de 96 años, militante comunista desde 1934. Lucidísimo, tranquilo, con una sabiduría bien ganada, me comentaba el sube y baja de los primeros cómputos: “Si este resultado quiere el pueblo, pues nos falta mucho aún. Debe haber una mayor educación política desde pequeños, una verdadera educación de izquierdas… Porque si seguimos así, dan ganas de enviar a todos los de derechas a hacer puñetas”. Conversamos hasta las 2 de la madrugada, hora en que llegó Manuel junto a sus padres. Nos saludamos y comentamos parcialmente lo sucedido, pero cansados, nos fuimos en seguida a dormir a nuestra casa. Soñé que me sacaba un tremendo 1 en el examen de valenciano. Me enfadaba mucho, y gritaba, y pataleaba. Me desperté inquieto –no sé porqué tanto- y le dije a Manuel: “he soñado que me iba mal”. Me tranquilizó y me dijo que en realidad había soñado con el resultado de las elecciones. Nos levantamos. Tomamos desayuno. Le saqué esta foto mientras miraba el resultado por Internet. Me dijo que en Silla, pueblo valenciano de la Albufera, se había perdido un concejal del Partido Comunista y se había ganado uno de un partido para-nazi.
Cinco poemas de Nuno Júdice
23 hours ago