Fragmentos de lo que tengo terminado y de lo que espero terminar pronto. Un prólogo al libro de Manuel Moraga, poeta portomontino, titulado Desmadrada y un artículo en que confronto a dos poetas, Javier Bello y Enrique Falcón. Digo del libro de Moraga:
"Desmadrada hace suya esta geografía, digo, sólo para representarla como un laberinto de espejos: la calles de una ciudad del sur, por ejemplo, son proyecciones del sujeto y viceversa: territorios que trascienden el espacio aparentemente inaccesible de yo para plegarse hacia un tú apostrófico. Nos referimos al sujeto de su deseo en su modulación pasional –lectura en cuanto al acto de padecer, y en cuanto a apetito vehemente por algo o alguien–, no necesariamente reducido a la categoría moral de ese otro, sino también en su aprehensión como objeto. Es decir, el discurso que objetiviza “al” sujeto poético (el de la enunciación), al mismo tiempo hace que este hablante objetualice al otro mediante una transferencia “rara”, problemática, en su más secreta locución y relocalización dirigida hacia sí mismo por medio del deseo. Esto lo logra a través de su representación (o re-proyección) en las cosas que activan o contextualizan su vínculo co(a)rtado y que, al mismo tiempo, en un acto de conocer que al mismo tiempo implica aprehender, lo transforman –nuevamente, a ese otro– en discurso, en dialogía modulada desde lejos. (…).
Hablo de su fetichización escenificada a raíz de su propia ausencia, lo que propondrá un modelo de masculinidad en crisis, fisurado, deconstruido a partir de la conciencia de la precariedad de los territorios ilusorios por los que transita el sujeto y que lo producen como tal: me refiero a discursos normativos que le obligan al disfraz, a confundirse en y con el silencio, y saltarse esa misma norma y ser desmadrado o desmadrada sin asumir este trucaje con el seductor discurso queer de refundar identidades de género. Digo esto último pensando quizás en su competencia y viabilidad en sociedades y culturas o ciertas localizaciones de ellas que están más abiertas a esta estrategia política, cosa que no se puede comparar o cumplir aún en el sur mítico de Chile, ni en Chile mismo".
Del artículo que pronto saldrá a la luaz, digo sobre Bello y Falcón:
"Confronto dos escrituras surgidas en espacios geográficos diferentes, y que sin embargo se interceptan, se escinden, se traspasan produciendo chispas. Se trata de escrituras que nos ponen sobre la mesa sus similitudes y diferencias, el espeso tejido de su factura como una red significativa que complejiza la aparentemente normalizada producción y recepción de poesía en castellano de cambio de siglo. Estamos ante dos escrituras que territorializan un deseo comúnmente anulado o velado en la configuración del campo literario de signo occidental, y paradojalmente sobre él, el sub-campo de la poesía: el de saberse ligadas y religadas a lo que, en definitiva –o verdaderamente–, nunca estuvieron separadas: su compromiso social y su estética abiertamente política. No considero esta apertura como la evidencia de contenidos o temas fácilmente asimilables a una especie de definición espúrea de lo político como un producto cultural que se resuelve en partidos y cámaras, en determinadas sociedades, o en la trascripción panfletaria –más o menos caprichosa o exóticamente canalla– del discurso político en otro, reducido al ámbito del Arte o la Literatura. Éste último, aparentemente anodino, neutro, impermeable, está concebido (o, mejor dicho, reconducido hacia estas categorías) por quienes –sujetos o igualmente procesos– formulan su definición desde las plataformas culturales del poder. Estos discursos fuertes proponen, al mismo tiempo, la canonicidad literaria como correlato de normalidad/normativa didáctica y pedagógica basada en las luchas políticas y las culturas occidentales como principio regulador globalizado, trasnacional (en su definición mercantil y capitalista neoliberal) y, por eso mismo, acrítico hacia sí mismo, al desligarse, anular o fagocitar la disidencia en su impulso hegemonizador. Bello y Falcón hablan desde la conciencia de que el posicionamiento del mundo es ideológico, y que a partir de ello, como cita Falcón: ninguna escritura es inocente."
La foto mía con cuernos de diablo no tiene nada que ver con los textos.