1
Los chicos –súcubos, lamiendo, hincados, un plato de leche–
ponen nombre –la filia–, producen gemas, tamaño de lágrimas,
chicas de lamé, chicos de chiffon, tul bordado con pirañas,
escamas de pómez –raspan piel–, psoriasis, ojos
rojos de conejo, muchachos albinos emitiendo luz –serios, lustran
una estatua de Démeter–, ciudad roída, polilla en la boca,
líquido de labios –¿prepucios?, ¿precipicios?–, orina, perdónales:
embudos de plástico que te traen toda, tubos quirúrgicos,
anestesia –sin cabida– aquí, dolor, tijeras, corte:
la arcada es resquicio: allí expira la voz. Los chicos –manos–
países rotos, columnas de débito, crédito sin fondo,
matraz, ácido, formalina y bálsamo, espejo de otro.
Transformadores de electricidad, circuitos cortados,
la oscuridad: baba, bilis: sí. Dicen sí los chicos,
la sopa de sus cuerpos. Chicas aprietan
un tubo celeste de pasta dental. La vía láctea, alicate
cortando un pezón. Vía láctea, prótesis, tridente, tres
palabras, beso, intestino, sagrario.
Los chicos, pan en sus tostadoras. Los amiguitos
aspiran neoprén –condones, como de aire, flores simples
de papel burbuja– pulmones transparentes de ángeles.
La moneda del mar, ¿se transa sola? Ese plástico te conoce.
Te confina al glaciar, el refrigerador, frío dentado, cubos
congelados de suero, algo que se enconstra en el poema.
La bragueta, una medialuna partida por Freud. La ciudad –Freud–
es otro y otro. La bipartición simple –filosofía–, el estolón,
el espolón, el diálogo. El teléfono vibra. Llamada de otro mundo.
Un mudo te extiende: lengua o qué: mapa, cuerpo
para acupuntura, porno escaso de las motas de polvo.
Los ácaros se reproducen. Comen piel muerta. Chicos
participan del hartazgo. Arneses y correas: insectario
confundido con pecera: la polilla disfrazada
imita al búho, anteojos de físico. Hay muchachitas:
les encanta el olor de los lápices fluorescentes,
las esporas de helechos, el rollo de los faxes:
soldados perdidos en la leyenda de Ícaro
–tragan alcohol de las salas de autopsia, el barro donde muere
alguien, la invisibilidad de sus dientes–, desaparecido
en el descampado, el asesino y su ternura,
bacterias besándonos como otro sol.
2
Es verdad la nomenclatura, tabla periódica de donde sale azufre,
lija y laja (raspa los talones) la tina –4 patas–
semi desconchada: alguna vez se sumergió una diva
bajo espuma, jazz, el chubidú-chubiduá, sex-shop:
dildo rosa, cuchara de palo para revolver puré,
delantal con la cara de Monalissa, látigos de cuero, taparrabos,
abrir higos por el centro, boca, sonrisa de payaso. Es verdad:
el silencio ata, huye la salamanquesa, bebes idéntica
jarra que ella, te da alopecia, se te hace carie, la muela del juicio
excreta olor de bosque, tronco podrido
donde crece moho.
Entonces vienes tú, tu rabia, tu gordura –es arena–: allí
emergerán tortugas para irse al mar. Tu maldad es mar. Alimenta
el futuro. El horizonte, afiche de turismo. Un afiche
que enseña oleaje. Las tortugas de la orilla emergiendo
(las gaviotas intentan comérselas). Ellos
nos oyen, pegados, secretos al otro lado. La pared.
Los pulgones no tocan el jazmín, la buganvilla. El ficus
no sobrevivió al hielo. Las goteras. La calle
es arena –la que hincha tu tripa–, como si niños hubieran
levantado un castillo, y lo pisaran. Sostenerse
en el placer: destruir. Los pies.
La edificación que soñamos. Turismo,
gafas de sol –nos echan lubricante–,
felación a la sombra, luz,
aceite de oliva, bronceador
al entrar a un horno,
pequeños saltitos
en la superficie del sartén.
Mientras llueve.
Mientras llueve y en las islas
–parecidas a nosotros, mitad de la urbe–
a las orillas de ellas,
desde el interior de sus bosques,
acuden cangrejos.
Es verdad la nomenclatura de sus corazas,
abiertos nenúfares, entre ola y ola
arrojando sus huevas.
El temblor
que les antecede.
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Poemas míos de Muchachos Cayendo de las Nubes, inédito.
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