Saturday, December 31, 2005

LA DESAPARICIÓN

La desaparición, la sal enhebrándose ¿perlas?, ¿son ojos, también? Dedos de niño
muerto, vivo, enhebrando lirios de mar: son fantasmas, son gérmenes
equilibrándose en una aguja hipodérmica rota. Todo enhebrándose
para ti, que desapareces. Ciudades de metal, pasos de ácido sulfúrico, hombres
y mujeres sentados a la espera de la purgación, a la espera de la menstruación
de la luna sobre los que miran, los que se quedan esperando ¿Acaso rezabas
golpeándote los labios con un catéter moral? Enfermos, a punto
de ser palabra: palabras doradas como la orina de un ángel, glóbulos rojos
transformados en amapolas, el opio de medicinas, la anestesia que duerme
el labio, el estómago: órganos celestes capaces de redactar, no esperen nada
de los que se pierden en un laberinto, pasillos y enfermeras. Ah, el milagro:
torcer los ojos hacia adentro, y no hallar adentro. Y no hallar afuera.

*
Toda tu libertad está en el daño: en hundir una pestaña en la vereda y crujir,
y reír, y morir, y disecarse como insecto en el laboratorio entomológico,
y comerse las alas, comerse los ojos de mosaico, defecar, echar luces y puertas
abiertas de ataúd. Resucitar al tercer, al séptimo –no hay días. Y sobre todo, escribir
–Ah, enfermos– llevarse la voluntad de estar ciertos, falsos. Y tomar acariciando
una margarita en la boca, una amapola enterrarse en medio del costado,
San Sebastián de harina –de orina, de barro. San Sebastián de ceniza y de semen: figúrate
cuánto tengo que amar –para desaparecer despacio. Yo desaparezco. Tú desapareces.
Y lo que queda de esto es la devoción. O creer en moscas. O creer en ángeles.
-------------------------------------------------------
Un acto peligroso: recoger lo que queda. Runas, pedazos de hombre ¿olvidados
en el filo de la calle? Muletas. Dentaduras. Lo que el capital, como una ola, olvida en la orilla:
lo óseo y lo calcificado. Lo salino de la verdad. Lo perpetuo del dolor: una gota de sangre
es un ojo que mira. Cicatriz y no huella. La supuración, el estallido de un ángel viejo.
Estalla, ave mía: vuélvete dentadura y vuélvete aserrín. Sé la estrella de noche,
que comienzo a hablar. A sudar como un niño reencarnado en fruto.
Padre, devórale. Padre, recíbele en tu mesa. Yo tiemblo. Él tiembla también. Flotan pastos al aire, danzando. Es mentira. Y ésta es la verdad. Éste es el hijo llamado escritura:
la libertad, esa herida, no se ha visto antes. Trazo de barro. Trazo de sal. Brujería de enfermo:
los que morirán te saludan. Poemas de viento –inmaculado– forma,
perdón dibujado en la arena, el barro. No te olvides del pez. No te olvides de la alondra.
No te olvides, allí, del niño enfermo. Huesos, estructura del Arte, la piel
a punto de fermentar. Fetos. Y frascos. Y cráneos de niñas muertas
enterradas con vestidos. Todo esto eres tú: lo que me falta y consume.

*
El dolor podrá. Desde su amonite –el sol– regresará sobre los dormidos
y les untará los labios –¿con qué?– con excrementos, rosas de sangre: la calle de tu ciudad
volverá a registrar su propia desaparición: el comercio será comercio
de pieles –y tú– regresarás a ser pájaro, y a ser letra, y a ser cifra:
desabrigado como estás, murmurando un sonido que la vida no entiende,
que la muerte no entiende. Pero el dolor, sí.


Pedro Montelegre (c) Inéditos.

No comments: