
Ya lo sé. He tardado mucho en actualizar el blog, sobre todo porque llega un momento en que uno se pregunta si esta autoimpuesta tarea de tener que contar algo no termina siendo otro ritual más, otra monotonía que termina acostumbrando la mirada y las expectativas, y por lo tanto, haciéndose innecesaria. Digo esto, considerando que el despiste me come, y que, venciéndolo, intento en realidad ser respetuoso con el impulso original de hace ya unos años de mantener un hilo dialógico con otros y otras, amigos, poéticas, discursos, políticas. Me da sana envidia ver a mis compañeros y compañeras de letras y armas (cliché que se me perdona sólo por el cariño muchas veces inconfeso que les tengo) cómo con disciplina y constancia suben informaciones de todo tipo en sus bitácoras (las pueden leer en el apartado de links). Muchas cosas han pasado entre tanto. Ganó Obama, como si las cosas con él fueran a cambiar sustantivamente, y todos hacen sus cábalas. La crisis es la palabra más pronunciada, y palabra pronunciada es igual a realidad vivida, y así estamos, mirándonos al ombliguito, asustados, chuchurríos, por nuestro hecatombe local y occidental, mientras se invisibilizan, aún más, las otras crisis que siempre han existido, pero como ya se sabe: si le duele la barriga al rey, sólo importa que le duela la barriga al rey. Por otra parte, puedo decir que he estado leyendo mucha poesía: ya se sabe, en tiempo de hambre se escribe más. Y no sé si eso es de verdad bueno (lo de estas florecientes escrituras), pero lo que sí puedo decir es que mucha de la que ha llegado a mis manos me ha sorprendido. Poesía que sorprende ya es mucho pedir, dada la oferta que aparece en los escaparates. Primero, dos libros del mismo color:
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pd. El de arriba es el símbolo kanji de la crisis.