Monday, March 14, 2011


corazón, cabeza & mano

Lucebert

(versión de Francisco Carrasquer)


corazón que no debe ser duro
corazón que no puede ser duro
la cabeza hortelano del corazón
un vergel lleno de escombros
pero con un sol

y las manos se extienden a la luna
introducen en el día una flor
con espinas contra la piel nocturna
que desdibuja la faz de toda fruta

la cara que es casa que es hogar
unas orillas frías de fulgor
un rostro-de-hombres-y-mujeres
trasoñada por sangres afligidas

contra por contra la quimera del oro
grande como una nube en una garrapata
y la corrupción del sermón rabilatigueante
salido de los labios con rocío de humildad

tome el que quiera a la vida
a quien la vide no tome
toma mi canto como a tu corazón
toma como tu mano mi cabeza
sea tu mano la semilla rebelde
tu corazón la faz de la tierra.


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Para saber más de Lucebert pinchar arriba en su nombre.

Sunday, March 06, 2011


Poemas del ahogado

Es un cascabel al interior de un reducto, nuez que encierra el hábitat de un gusano, este dolor, esta cabeza agujereada por la pluma de un calígrafo. Esta cabeza ha perdido todo índice de gravedad. Va sola por la calle, tosiendo, sus fosas nasales abiertas para que entren gorriones, los hámster escapados de sus jaulas. Cabeza rodante, que te llevan los niños, dándote con la vara para que gires más.

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Había una vez un dolor. Había y no había, y en el juego de las faltas creció, hizo mella y volvió a crecer, el dolor hizo casa, enceró el piso, abrió las ventanas para que se ventile, se aparecieron fantasmas, niños perdidos para siempre en la despensa. Este dolor buscó causa en su agujero, vacío decorado con ventanas húmedas, bordes musgosos, moscas que se ahogan. Mira, dice el dolor, mira, mira, esos bichos son mis primos extraviados, metieron su mano en el tarro, galletas no habían, era una boca, los atrapó. Y por eso este quejido, ir llorando con unas pequeñas lámparas puestas, zapatillas de levantar con una brasa al interior, allí se llama y nadie es capaz de nombrar. Y el dolor sí que dice, se ríe allí, y nombra.

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No es cierto que lo entiendas. Cuando te meten un cristal, un ojo de muñeca de porcelana antigua, algo capaz de quebrarse y hacer daño, dispersión de daño, mosaico ilegible de caleidoscopio, el sonido de esta palabra verdaderamente físico, una bacteria machacada con una ramita de cilantro, crujes como gramática, no lo sabes, no puedes saber qué se siente cuando auscultan y los latidos traicionan, el pulmón se atreve a denunciarte, la poesía se enquista y los cuervos de la ventana callan, solo es persistente la mandolina, la lija, algo que tu raciocinio instala en el dolor. Pero que no lo es. Baúles abren su boca y se tragan toda posibilidad de retorno, cajas como tú, cajas dentro de cajas incapaces de concebirse sino restan oxígeno, si la máquina te acusa su cercanía. Abre la muñeca, en su interior otra y otra, así hasta que las ventanas estallen, las enfermeras corran a taparlas con lienzos, como una declaración de paz. Pero que no lo es. Esto no es paz. Esto es lo más parecido a una víspera, algo amistoso, un cuervo anidando en tu diafragma, su peso, sus patas haciendo herida, objetos azules que recolecta aquí, allá.

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No se dice. No se escribe. A punto de morir, hay algo que se eleva, no digo alma, no digo dios ni inmortalidad, algo como un fosfato, regresar al elemento, a ser la misma piedra que te golpeó.

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No se disimula ese cangrejo, esa tenaza gorda, cortando, abriendo una puerta del tamaño de una ardilla, para que entren y salgan también las más diminutas abejas, tábanos con un petardo enterrado en el culo. No fuimos capaces de resistir su picadura. Sí de esa malicia. Aunque todo está adentro en un reducto parecido a un panal donde no hay abejas, ni tábanos ni ardillas que compartan vecindario, nada de eso. Hay una orilla, adentro de la cabeza hay una orilla donde se entierran y desentierran cangrejos, donde la mano gorda del cangrejo hace señas para simular que es náufrago, Pero es cangrejo. No lo salva nadie. No salva a nadie. Y come sal.

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En la sien las imágenes de lo real. Un pino, en su apoyo el chiquero de un cerdo, una madre tomando sol sobre una caja. Cosas como un metrónomo. Un ritmo ajustado a ti, al mismo compás de tu pulmón, cuando huyes debajo de la cama, donde apenas te alcanza la escoba por haber roto qué, en qué condiciones, a qué edad, y quién diría que la muerte, al final, el castigo mientras cuentas ramitas, y escondes hojas del manzano, tu padre acercándose para ser el primero. El golpe.

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La negación se te ofrece madura, caramelo y manzana con un palo para que la tomes y des voz al sortilegio. Esa joya te pule a su vez cuando la miras. Pero no, nada te da forma, no existe negación que formule un supuesto, mirar sobre la cama donde ardes, rezas esperando una espina que se te clave, un palo, rojo, caramelizado, la misma manzana, tu memoria mordiendo oscura, dientes blancos, dientes trasparentes, sudor, lluvia, sonido del zinc cuando golpea el techo.

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Huir del miedo, la costra que decanta, mirar simple, ventanal, balcón, trompetas de fiesta, estallan petardos, el sonido te inocula, la enfermedad se hace táctil, atmósfera cortada con un cuchillo de pan.

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Pd. Inéditos. Dibujo mío hecho con tinta,