
Un poema
Jugamos a las adivinanzas: mentiras lúcidas lucían su encono sobre mentiras lánguidas, adjetivos que matan si los detonas así: voz de marica dotado de hielo, mano sarasa que trenza el sigilo, sol bujarrón leyendo las palmas de las hojas del cánnabis, sodomita celeste, liquen de insecto flotando en la inanición. Me permito esta fuga, hermeneuta de pacotilla, porque la ruta del bicho es el camino del hambre. Decir hambre o escombro como decir cuerpo de bicho que nace de piel, piel de finado que se empolla en fermento, fósforo que vuela desde la descomposición. Llámale éter, deudo que marchas sobre el corro del verso: morir en zig-zag, matamoscas de gigante –pensar en la atmósfera– opresión del aire en la finta y el golpe: pensar el paf, el pum, el chas: sentido de la dirección bruscamente cambiado: las adivinanzas podrían dirigirte a otra cosa; otra cosa es nada, y eso no consuela ni a una cerilla huérfana no se sabe porqué abandonada en la humedad: el vidrio de la cocina empañado y llueve. El error te interpreta de la misma manera que tú lo haces con él. Reduciríamos el barro a una simple pisada, tragaríamos aserrín de los taxidermistas, reduciríamos el vino hasta sólo vapor, tajearíamos un cuchillo con forma de árbol usando otro cuchillo con forma de carne: vamos a contar mentiras tralalá, vamos a contar mentiras tralalá: el corazón de la corteza anunciado la futilidad del tiempo y el espacio. Lo que ahora imaginas como cronograma o relato es simplemente vértigo. Sumas dos pasos: te da una ecuación: despejas las equis, paréntesis, la resuelves, y apareces tú mismo, 10 años, marica, bujarrón en ciernes, regando la huerta de tu padre con agua del pozo séptico.
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Dos poemitas míos inéditos. El fotopoema de arriba es de Chema Madoz.