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a Guillermo Cano y Susana do Santos
Dónde está Micifú, gato gris y redondo. Yo no lo sé, pero quien murió fui yo;
me caí persiguiendo la polilla –la noche–, sus alas: los ojos del búho de Minerva.
El paraíso es la caída –no quiero hablar de sangre, gramática del rojo,
patio interior como féretro, dientes alineados –no ladrillos. Miau,
como si con maullar te escaparas; Micifú; tú te escaparas, Guille Cano, con sólo
el recuerdo de tu tierra –lo que escuece aquí–, lo que mancha y es boca.
Una casa. Boca del cuadro de Susana; colores por sortilegio
de la convivencia –hacer día, hacer noche–, la estrella carnívora –muerde
cuando no hay fulgor y sí lengua. Áspera, pregunta: ¿dónde estoy?, ¿dónde?
Bicicleta dorada, toda tú eres dura; no te caíste tú, sino yo, sino yo:
y el hermano –Mico– husmeará pelos de Micifú, bigotes de Micifú
como si fueran una carta; quizás su muerte es carta; y la nuestra, algo
que se dice para alguien –otro tipo de tinta. Un té o un beso,
mientras el humo caracolea, y el decir caracolea. El cigarro iluminando
la Casa, es un cuadro. Y es origen. Y es destino. Pasó la polilla
nocturna y se la llevó. Y es un chico rapando la cabeza que se llevó.
Una chica que enseña a dibujar a un ángel. Un chico arrugando
una acuarela. La caída. Gato gris y redondo: dibujó un ángel y se lo llevó.