Venimos llegando de Madrid. Estuvimos allí 2 días viendo museos, que hasta ese momento no había podido conocer, al menos yo: El Prado, el Thyssen, y se nos quedó fuera por falta de tiempo el Reina Sofía. Fuimos con 2 queridos amigos, aunque la visita no estuvo exenta de polémica. Uno de ellos se reía de los cuadros “modernos”, llámense así los cubistas, expresionistas, informalistas, conceptualistas, etc. “No me dicen nada”, “son ridículos: un par de rayas y cubos por ahí y allá”, “borrones sin pies ni cabeza”: todo lo decía a grandes carcajadas, majadero como un adolescente burlón, mientras la gente pasaba algo asombrada por el incidente, y yo, en silencio, durante un buen rato, hasta que finalmente perdí la paciencia. Le dije: “en verdad no te ríes de los cuadros sino que te ríes de ti mismo porque no sabes apreciarlos”. En definitiva, le dije, pero con otras palabras, que era un ignorante. Y me arrepiento. Me arrepiento mucho. Fui muy duro, y en ese momento no pensé de que se trata de un chico con un corazón enorme, un currante (trabajador) empedernido y que por educación, distancia, o simplemente por lo que sea, nunca ha podido, no ha querido, o le ha dado lo mismo entender o apreciar el “arte” moderno. Y el arte en general también. Quizás fui duro, por una cosa de expectativas, de reglas escritas y no escritas en los sospechosos mandamientos de lo que se llama Educación: si no me gustan –por lo que sea– los museos, pues entonces no voy; sobre todo si no es la primera vez que voy a uno. Si algo no lo entiendo, por respeto a quienes sí lo entienden, aprecian o se emocionan con ello, pues lo comento sin aspavientos ni risotadas, o me quedo callado y lo hago después. Quizás soy un fascista en potencia, y no supe entender, tampoco, la gran performance crítica que hacía mi amigo sin saberlo: reírse del arte (moderno o no) cuando se exhibe en museos; la distancia que hay entre ellos –los artistas y su arte– y el ciudadano a pie, la persona que asiste a estos cementerios elitistas casi por curiosidad, con la escafandra imaginaria del buzo que se sumerge en desconocidas zonas abisales. El resto de la gente, mientras tanto, sigue con su vida, mirando televisión, y sin importarle un comino la diferencia entre Picasso y Kandinsky. Pasa igual con la literatura y de eso ya hemos hablado bastante. A propósito, hoy en el metro iba sentado entre dos lectores: a mi derecha, un muchacho leía El Origen del Hombre, de Charles Darwin, cosa que jamás pensé encontrar en un vagón subterráneo. A mi izquierda una chica leía el Pedestal de las Estatuas, de Antonio Gala, algo más probable. Delante de mí, una madre y una hija casadera hojeaban un catálogo de vestidos de novia. Y en el bolsillo delantero de mi bolso del gimnasio, entre las llaves y un bote de cristales de mentol, tenía la antología poética de Vicent Andrès Estellès, pero no la saqué.
-------------------
Pd el cuadro de arriba no estaba en Madrid, pero me gusta: Small Pleasures (Kleine freuden), June 1913. Oil on canvas, 43 1/4 x 47 1/8 inches. Solomon R. Guggenheim Museum, Solomon R. Guggenheim Founding Collection, Gift, Solomon R. Guggenheim. 43.921. Vasily Kandinsky © 2005 Artists Rights Society (ARS), New York/ADAGP, Paris.
Friday, September 07, 2007
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
No comments:
Post a Comment