
Se acaba el año. Ha muerto Pinochet sin ser juzgado, y todo el mundo parece respirar en paz, lo que en realidad es el simulacro narcotizante de anteponer a la historia un “antes y después de”, unos “a partir de ahoras”, o “desde ahoras”, que simularán ser el pie forzado, el pretexto a partir de un grado cero para hacer finalmente algo como, por ejemplo, justicia. La conciencia de muchos chilenos y chilenas pareciera celebrar la naturalidad, quiero decir, el hecho de que los tiranos mueren como todos, como dice una amiga, incluso enfermos y pobres. Pero el dictador no murió pobre. Como alguien se ha preguntado, creo que Ariel Dorfman, igualmente me cuestiono: ¿Ha muerto realmente Pinochet? También dijo este escritor que la muerte es lo único que el tirano no había logrado eludir, impunemente; que no estaba de acuerdo, Dorfman, con los honores militares rendidos al ex-comandante en jefe del ejército, porque hasta como militar fue un falso guerrero, cobarde y traicionero hasta con los suyos. Tiene razón. Se acaba el año con esa pastilla tranquilizante. No muy distinta, ideológicamente, es la que intenta que nos tomemos (y lo logra la mayoría de las veces) el Imperio económico, militar y mediático. Han matado a Saddam Hussein para tranquilizar al electorado norteamericano que ha dado la “escasa” mayoría a los demócratas; para apaciguar, igualmente, a los kurdos y chiíes, o a otras de las “fracciones sectarias”, haciéndoles creer que se ha hecho justicia, destrozando el icono del “gran otro” enemigo. Se trata del gran otro que al mismo tiempo es la naturalización de que uno mismo, ese uno mismo abstracto norteamericano, por ejemplo, no puede vivir ni resistir en un mundo donde no exista ese otro enemigo necesario y nutricio, ese “mejor enemigo que nos permite vivir”, ese enemigo que está tan inscrito en las nociones de libre competencia, de libertades individuales, de propiedad privada, porque no puede haber ninguna de esas cosas si no hay otro con quien competir, a quien ganarle, ese otro que amenace las propiedades, “nuestra libertad de comernos el mundo mientras el mundo mira”. Ese gran otro que es uno mismo también. Mientras las estadísticas anuncian que han muerto más soldados estadounidenses en Irak que en el ataque a las Torres Gemelas, cerca de 3000, otros tantos de miles mueren de hambre y de la pobreza más extrema, a raíz de otro tipo de terrorismo y de violencia arraigada en la acción depredadora de las multinacionales, en la cabeza de la lista, armamentísticas y farmacológicas. Parece que esos muertos son menos importantes, se les concede la naturalización de que son los muertos esperables –¿necesarios?– que abonan o aplanan el terreno para que esas mismas multinacionales incrementen sus ganancias. Pese a las críticas recibidas, no ha cambiado mucho la teoría de la miseria creciente de Marx. Unas pocas familias en el mundo poseen en poder y las riquezas a costa de que el resto se muera de hambre. Simple y llano. Se acaba el año y no digo que no haya que celebrar. Hay que celebrar, pero encausar, como dijo Walter Benjamin sobre los Surrealistas, las mismas energías de la ebriedad para la Revolución. Feliz año.
PD. Zapatero ha suspendido las negociaciones de paz con ETA luego del atentado en los aparcamientos de Barajas. Con violencia, no hay diálogo. Y la Foto es un montaje que para este artículo se nos ocurrió con Manuel. No teníamos un martillo, pero sí unos temibles alicates (¿se llaman así?)